Era un fin de semana de marzo. El lugar, una playa hermosa y tranquila, casi paradisíaca si realmente quieres saberlo. El sitio sigue siendo desconocido para la mayoría de la gente gracias a la precaria carretera que conduce a ella. Es Playa El Bobo, allí allí alquilo una cabaña a medio camino de lugares más conocidos como Coveñas y San Antero. Sitio que encuentro atractivo y en donde me siento bien. Es un lugar pacífico.
Los recuerdos que me trae con cada una de las olas que vienen y salen de la playa son siempre agradables. Soy una persona de playa. Nací en Barranquilla, Colombia, una ciudad a pocos minutos del mar, a donde íbamos casi todos los sábados o domingos. Allí pasábamos varias horas y almorzábamos con pescado y patacones. A pesar de que esta playa es relativamente nueva para mí, la descubrí hace tres años, tiene el mismo efecto calmante e inspirador que la playa de mis recuerdos.
Me encanta sentir el calor del sol en combinación con la brisa marina en mi cuerpo. Disfruto de la sensación que produce, y por supuesto, adentrarme en las tranquilas, casi como de piscina, aguas de esta parte del océano. Nada se siente más cómodo que usar mis pantalones cortos y estar sin camisa a la orilla del mar
Una playa hermosa y tranquila
¿Ves la sonrisa en mi cara? No podía ocultarla. La razón por la que lo destaco es que envié esta selfie a un par de amigos en los EE. UU. que todavía estaban padeciendo frío por esos días. Esa sonrisa es lo único que se puede ver de mis “oscuros” motivos para tomar la imagen. Sabía que iba a lanzar una bomba de envidia con la imagen que estaba enviando. Diez minutos después, recibí un mensaje de mi querido amigo Roberto, que mordió el anzuelo. Hablamos un rato y recordamos momentos que compartimos en la playa.
Sólo el suave sonido de las pequeñas olas que golpean la arena casi blanca, o el canto ocasional de los pájaros en los árboles cercanos, interrumpe el ambiente tranquilo. Si escuchas con atención, es posible que escuches a los perros ladrar a lo lejos. Mi esposa e hijos se unen a mí ahora. «El agua está a la temperatura adecuada, no está caliente, ni helada, lo suficientemente fría como para refrescarse», dice mi esposa. Traen consigo el aroma del océano.
Me sentí, perdonen el juego de palabras, como un pez en el agua. Alegre y tan tranquilo. Estar junto al océano tiene ese efecto en mí. Su efecto es duradero. Es como recargar mis baterías. Esa es la razón por la que trato de pasar tiempo en un entorno de playa. Cuando no es posible, traigo de vuelta los recuerdos o revisito fotos. La mayoría de las veces funciona.
Lo que hace que el momento sea aún más especial es tener a mi esposa y a los hijos a mi lado. Esa es la cereza del pastel de este espléndido día.
(**P.S. Aquí te dejo el contacto de mi amigo Álvaro Dávila de la Cabaña Los Cristales para que lo contactes de mi parte si quieres disfrutar de este bello lugar: +57 305 4847878, su correo es aldagu@gmail.com .)
Cuando el balcón se convierte en una playa hermosa y tranquila
No hace mucho tiempo, mi esposa tomó esta foto de mí sentado en el balcón. Fue uno o dos días después de que el enfermero retirara el catéter. El COVID-19 vino de visita y aunque las probabilidades estaban en mi contra, Dios estuvo de mi lado y me dio otra oportunidad.
Y eso fue exactamente lo que estaba pensando en ese mismo instante. Cientos, tal vez miles de nuevas oportunidades por delante. Me sentí agradecido. Los recuerdos de las muchas ocasiones en que las manos de Dios me sostenían y me llevaban a través de tiempos difíciles seguían entrando y saliendo, uno tras otro. Tantas cosas a las que decir «Gracias».
Mi vista, aunque parezca que estoy mirando algo en el horizonte, miraba hacia adentro. De vuelta en el hospital, muchas personas no lograron salvarse. Algunas de ellos quizá de mi edad, otros dos veces más jóvenes, con futuros prometedores por delante se quedaron en la sala de emergencias. Una de ellas, una mujer joven embarazada murió, y su nonato también. Muchas cosas para reflexionar. Eso se puede ver en mi cara.
Esa mañana, tomando un baño de sol según lo recomendado por los médicos para absorber vitamina D, acompañado por Frida, mi cachorro de Boston Terrier, exploré muchos caminos y tomé muchas decisiones. También saque muchas conclusiones.
Finalmente vi el valor de un soplo de aire fresco. 45 días después de ese momento, todavía estoy ajustando mis velas. Ahora estoy llevando mi barco a mi puerto anhelado.
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Concuerdo totalmente. Estar en el mar es como recargar energía, un lugar que me hace feliz y al que siempre quiero volver.
Tan agradecida con Dios por las segundas y terceras oportunidades que nos da. Prueba de ello, es que nos dio la dicha de poder seguir contando con su presencia. La vida es un ratico pero qué gusto poder vivirla con buenas personas. Saludos y fuerte abrazo.
Así es Rosana. El mar tiene ese efecto renovador. El lugar me encanta porque se puede disfrutar la playa y la naturaleza a plenitud. Otro sitio que me gusta es Isla Palma, por lo mismo. Allá he estado 2 veces,
También concuerdo contigo en la brevedad de la vida y la importancia de ser agradecido. Gracias por tu amistad.
Dios lo bendiga por tan hermoso corazón y ése don de la escritura que lo Comparte con los demás,es hermoso recordar mi infancia con sus lecturas, gracias Mr jaime mi administración para usted
Que agradable recibir tu saludo Onis, y que bueno poderte llevar a esos buenos recuerdos. Un saludo cariñoso para ti y los tuyos.
La vida es un maratón, no un sprint. Debemos ir ajustando las velas para llegar donde queremos y esto no se logra de la noche a la mañana.
Las playas de Córdoba son una belleza.
Así es Jesús. Es de resistencia y persistencia. Reorientando hacia nuestro norte constantemente.
Si, muy cierto, las playas colombianas, y esta en particular, son hermosísimas.